Seguidores de AlmendrArte

2.10.15

Caella de la costa, Julio de 1977: El mercado



(imagen tomada de: www.visitmexico.com)

 La ciruela gorda, de puro jugo que te inunda de dulzura, debe ser comida, me enseñaste, con los ojos cerrados. La ciruela remolacha, de pulpa apretada y roja, es para comer mirándola.
Te gusta acariciar el durazno y desnudarlo a cuchillo y preferís que las manzanas vengan opacas para que uno pueda arrancarles el brillo con las manos.
 El limón te inspira respeto y las naranjas te dan risa. No hay nada más simpático que las montañas de rabanitos y nada más ridículo que el ananá, con su coraza de guerrero medieval.
 Los tomates y los morrones parecen nacidos para exhibirse panza al sol en las canastas, sensuales de fulgores y perezas, pero en realidad los tomates empiezan a vivir su vida cuando se mezclan con el orégano, la sal y el aceite, y los morrones no encuentran su destino hasta que el calor del horno les deja en carne viva y las bocas nuestras los muerden con ganas.
Las especias forman, en el mercado, un mundo aparte. Son minúsculas y poderosas. No hay carne que no se excite y eche jugos, carne de vaca o de pez, de cerdo o de cordero, cuando la penetran las especias. Nosotros tenemos siempre presente que si no fuera por las especias no hubiéramos nacido en América y nos hubiera faltado magia en la mesa y en los sueños. Al fin y al cabo, fueron ellas las que empujaron a Cristóbal Colón y a Simbad el Marino.
 Las hojitas de laurel tienen una linda manera de quebrarse en tu mano antes de caer suavemente sobre la carne asada o los ravioles. Te gustan mucho el romero y la verbena, la nuez moscada, la albahaca y la canela, pero nunca sabrás si es por los aromas, los sabores o los nombres. El perejil, especia de los pobres, lleva una ventaja sobre todas las demás: es la única que llega al plato verde y viva y húmeda de gotitas frescas.  

Eduardo Galeano
Extraído del libro: Días y noches de amor y de guerra.